domingo, 1 de abril de 2012

Salvajemente estallan


Desde las dunas, Ámbar Ticuna mira el minuto siguiente al ocaso. El cielo oscuro posa sobre pilas de arena que se extienden como caídas de un montón de relojes quebrados. Ámbar camina sobre chispas de vidrios triturados, se lastima los pies, sangra, y la arena como azúcar se tiñe, salvajemente. Estallan los pasos, estallan descalzos, estallan callados, encallados en los márgenes desiertos de esas islas pobladas. Ámbar se pregunta si en el sur la cruz del sur también marca el sur, si señala a la tierra como un dedo índice que acusa, si señala a un soldado, si acusa a un general, si cruza el cielo perpetuamente para dar cuenta del acoso, si acaso persigue, la cruz, la equis, si acaso tacha. Caminar por las dunas en la noche es lo más parecido a estar en la luna, imagina, salvo por la gravedad. La gravedad de un asunto se anuncia, infiere al avanzar, cuando monstruosos cráteres dibujan la superficie lunar, en un rincón de este mundo, al final de un continente. 

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