Achú Achú achú y al tercer
estornudo aparece Antonio Nagel para darle un pañuelo. Antonio Nagel es rubión,
argentino descendiente de alemanes, lleva los bolsillos llenos de cosas útiles:
pañuelos, guantes de lana, manteca cacao, caramelos de miel, lapiceras, una
cuchara, una moneda. Sabe que en el camino va a conocer gente nueva, quizás por
necesidad, para no andar tan solo, aprendió a responder a las necesidades de
los otros. Cuando no sabía qué camino tomar, sacaba la moneda y la lanzaba para
arriba, cara o seca decía, y al final siempre optaba por la izquierda a pesar
del resultado. Desde que andaba en Uruguay prefería llevar una moneda de dos
pesos, porque de un lado llevaba dibujado un carpincho y le recordaba los
viejos paseos en piragua. El río, decía, el río es muy frío en Alemania. Por
eso cargaba los guantes de lana, grises, provechosos para el helado invierno
del que acaba de escapar, ridículos y divertidos para el cálido otoño que se
anunciaba, donde los guantes eran títeres, eran conejos. Antonio sabía hacer
chistes, sabía hacer magia, sacar una moneda detrás de una oreja, colgarse una
cuchara en la nariz. La miel era el gusto más lindo de la mañana, el gusto más
lindo al salir del mar, razón por la que convidaba orgulloso los caramelos que
se había robado del supermercado. La manteca cacao se la había regalado una
bonita tucumana que le descubrió los labios paspados una noche de marzo luego
de un fogón. Se viaja y se aprende, sostenía. Antonio le enseñó a Ámbar
palabras en alemán, como nagel, que significa clavo, como kopf, que significa
cabeza, y después se le instaló, como ein nagel auf den kopf. Se quedó ahí, para asegurar alguna cosa, para
asegurar alguna idea, tal vez para recordar que llevaba pañuelos en el
bolsillo, pañuelos para sonar la nariz, para secar una lágrima, para taparle
los ojos, para cubrirle la cabeza del sol. Pero, extrañamente desconfiado de la
memoria ajena, insistió, por las dudas, tomó una lapicera y en la palma de su
mano le escribió, reisen und lernen, viajar y aprender.
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