martes, 3 de abril de 2012

Arroz para tres


Estaban todos muy poco acompañados y ahora hacen arroz para tres. Se encontraron en el camping frondoso, próximo a una playa hermosamente desolada. Entre flora y fauna festejan el entusiasta encuentro, hacen fuego, fuman, fogonean caprichosos, fisuran. Nunca comen el arroz. Condiméntalo, ordenó Osvaldo de mal modo, entonces ella le puso sal y sal y sal y sal, la sal de la vida. Incomible. Mucho mar adentro de la olla al fuego. Fuiste, le anuncio, algo molesto, algo en chiste, pero no frunzas el ceño, no refunfuñes furiosa muñeca de juguete. Lo fulminó con la mirada. Si alguna expresión particularmente la fastidiaba era esa, mujer objeto no, mujer pescado tampoco, mujer anzuelo mucho menos. Lo fusiló con la mirada. Mujer pez. Tomó la olla caliente, la llenó de agua fría, la inclinó levemente, dejó que el agua se filtre entre la tapa mal cerrada, así, una y otra vez. Incomible. No se escurre, la sal no se escurre, no se quita fácilmente. Observó arrepentida y orgullosa tomó la cuchara. Un bocado tras otro mientras todos se reían. Hagamos fideos, sugirió Antonio, sacando un paquete. Fantástico, acotó Osvaldo, nos faltaba desperdiciar la comida, te felicito fosforito, comentó picante. Antonio se puso una cuchara en la nariz. Ella siguió levantando la suya. Osvaldo, fantoche, fetiche, fascista, se acomodó en un tronquito y se encendió un cigarrillo más. Foquitos, para la próxima una idea, usen sus manos y cocínense, dijo ella con una enorme sonrisa sarcástica de muñeca feliz, se come, se come. Entonces ellos se atrevieron y olvidaron la sal para finalmente sentir crujir la arena entre los dientes. 

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