martes, 3 de abril de 2012

De huevos no tiene nada


Osvaldo tiene una gorra amarilla huevo, pero de huevos no tiene nada. Es un tipo de pocas agallas, muy cartel, cree que se las sabe todas, se hace el langa, les gustan los tragos frutales y simula ansias por las bebidas blancas, se quiere hacer el fuerte pero es mantequita, anda muy atento, intenta ser encantador, sonríe con una mueca, se toca el lomo, anda prolijo, peinado. Él, todo moreno, huyó de su oficina donde un montón de chicas porteñas en minifalda le mostraban las piernas, le mostraban el alma, sucia y oscura. Una secuencia de camisitas blancas que se tironeaban las mangas, que se mordían los labios, fueron motivo suficiente para más de una fiesta sobre escritorios con corbatas en la frente, motivo suficiente para unas buenas vacaciones cuando lo encontraron in fraganti. Lo pilló su mujer y le pidió el divorcio. Ni siquiera sé cocinarme huevos fritos, se preocupaba. El galán se desmoronaba y huyó, entonces huyó como buen cobarde que es. Se fue a hacer una vida nueva, por dos semanas y sin un mango, dijo que necesitaba pensar. Osvaldo, que se imaginaba descontrolado en Punta del Este, terminó en un camping en Valizas, durmiendo en carpa, recordando una juventud que se inventó pero que nunca tuvo. Me olvidé la tarjeta de crédito, repetía sin cesar. Hasta casi le creímos. No hay que exagerar, es un buen tipo. Se asustaba cuando veía un gusano peludo, nos prevenía de las feroces serpientes que podían aparecer en el camino, confundía alacranes con escorpiones egipcios, fabricaba trampas para capturar posibles delincuentes que se escondan en la arena, en el mar, atrás de un árbol. Ríanse, ríanse, se escuchaba por lo bajo, pero yo vi un negrito por ahí.

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