Ámbar Ticuna flota en la mar. El agua está salada salada,
piensa, mientras se lame los labios, se lame la lágrima. Una ola la revuelca,
la da vuelta, la suelta. La deja espuma, la deja arena. Ámbar Ticuna corre a la
mar, abre los brazos, cierra la boca, se lanza a las olas. Insiste, persiste, resiste.
Este verano fue a la playa por primera vez, agobiada de la
ciudad se escapó de un día para otro sin anuncio previo, cargó una mochila, hizo
dedo, se tomó el palo. Se fue creyendo que lo dejaba todo y se descubrió tremenda
en el camino, en el espejo retrovisor de un camión, contando anécdotas viejas, apelando
a relatos de amigos, para decirse de a poco, para nombrarse.
Ámbar Ticuna llegó a la mar, saturada de infancia, henchida de
historias, hizo memoria, quiso borrar. Atiborrada, dejó dulcemente caer en las
aguas a toda esa gente que la inundaba, y ahí, en la mar, se mezclaron, se
colmaron, se calmaron por un rato.
Ámbar Ticuna flota en la mar.
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